De la Upao a Europa, ida y vuelta (Crónica)

Una suerte de experiencia
forzosa pero de gratas secuelas vivenciales

Una tarde de invierno fría y ventosa ambientó mi último día de clases, mis compañeros notaban cierta inquietud en mí, pues murmuraban y me cuestionaban siempre, sobre el porqué de mi viaje, y si esto resultaría más beneficioso que concretar mis estudios de Ciencias de la Comunicación en la universidad. Mi respuesta fue siempre la misma, la universidad ahora, puede esperar un poco más, mi libertad no.

Era difícil de entenderse esto de “mi libertad”, pero necesitaba aferrarme a un derecho y a la vez a un beneficio, que la constitución italiana brinda a los descendientes de sus emigrantes, como era mi caso. Para tal reconocimiento como ciudadano italiano debía pasar por los rigores de los requisitos, siendo el más complicado, el alcanzar la residencia en Italia o en cualquiera de los 27 Estados que conforman la Unión Europea (UE).

Siempre quise experimentar una vida distinta a la de mi realidad, y para ello debía traspasar las fronteras, algo que no es fácil de conseguir debido al valor internacional de nuestra nacionalidad, fue así que recibí una oferta laboral gratuita para viajar a Europa, concretamente a España, lugar del que tenía varias referencias, pues tres de mis hermanos viven allá hace 7 años.

Después de numerosos trámites y largas colas quedé listo para esperar una respuesta positiva a mi solicitud de visa. Para inicios de mayo del 2006 hice mi penúltimo viaje a Lima de ese año, para recoger mi pasaporte habilitado que me permitiera ingresar al área Shengen. Fue muy emocionante verlo y a la vez triste pues era seguro que en pocos días iba a cambiar mi estilo de vida.

Transcurrida una semana llena de ajetreos y despedidas, llegó el día en que tuve que viajar a Lima, mis amigos más cercanos y familiares me acompañaron hasta el terminal. Al llegar a la capital mis ánimos no eran de los mejores, no sabía con certeza el día en que volvería a ver a mis seres queridos, me hacía reflexionar sobre cuánto les quería y el significado que tienen en mi vida.

Finalmente el 24 de aquel mes, arribé al Aeropuerto de Barajas de la capital española, mientras me dirigía al pasadizo que conducía al control de llegadas, observé dos salidas, una para ciudadanos de la Unión Europea, EE.UU., Canadá, Suiza, Australia y Noruega, y otra, para ciudadanos extracomunitarios o de distinto países a los antes mencionados, como era todavía mi caso. En ese momento recordé una clase de sociología con el profesor Fermín Cabrejos, quien hacia hincapié de que la libre circulación en el mundo era letra muerta.

Mis hermanos quienes me fueron a recoger, me notaron muy cansado, y era cierto, no sólo por el viaje, sino también, porque había estado expuesto durante 12 horas al aire acondicionado del avión, nunca había viajado tantas horas seguidas y en esas condiciones. A los dos días ya tenía 39 de fiebre, esto preocupó a Luciano (mi hermano mayor), quien inmediatamente me trasladó hasta un hospital de la Seguridad Social.

Llegué y pensaba que mis problemas se iban a solucionar, no fue así. Cuando me dirigí a la ventanilla para solicitar se me atienda por emergencia, la responsable pidió acreditación, yo recién había llegado, no tenía mayor documento válido que mi pasaporte con la visa, finalmente no me hicieron caso y tuve que pagar para ser atendido, pese a que la salud como servicio básico es gratuita en la UE, pero yo aún no tenía mi tarjeta de residencia.

Una sala de espera malhumorada, desbordante de dolor y malestar me esperaba, yo casi sin poder respirar y con la fiebre que zumbaban mis oídos tuve que esperar más de tres horas para ser atendido, una vez examinado los médicos determinaron que tenía una infección pulmonar aguda. Cuatro pastillas diferentes por día, durante 2 semanas, fueron las indicaciones que tuve que seguir al pié de la letra para evitar secuelas futuras.

Lo dicho hace poco marcó sin duda lo que vendría en adelante, más pruebas se me cruzaban en el camino, ahora debía empezar a trabajar, tenía que sostenerme por mi mismo. Mi primer empleo fue en un restaurante en el centro de Madrid, comida típica española y mediterránea constituían los platos más requeridos, empecé como ayudante de camarero hasta que después de cuatro meses decidieron ascender mi sueldo y mi categoría laboral.

Con lo ahorrado realicé mi primer viaje, Helsinki-Finlandia, el destino. Un amigo de la familia fue quien me invitó a pasar 12 días en el país del “conecting people”, pues la conocida marca de teléfonos celulares Nokia nació en dicho país. Era principios de agosto y por tanto verano, aunque realmente yo sentía frío, nunca había estado tan lejos de casa, me separaban 11,569.46 km, equivalentes a más de la mitad de la línea ecuatorial.

Luego de desempañarme como camarero en sala, decidí intentar la cocina, recibí algunas clases y luego a trabajar, no me gustó y terminé por renunciar en aquel restaurante, pues recibí una oferta más interesante, esta vez se trataba de un sitio lujoso, cinco tenedores, ahí aprendí mucho y tuve la oportunidad de atender a personajes como: Luis Figo, Iker Casillas, Mariano Rajoy, entre otros famosos para los españoles.

Así llegó octubre, mes de los milagros para los peruanos, y fue así para mí, finalmente ingresé mi solicitud de ciudadanía y ahora debía esperar un año para su resolución, mientras tanto decidí intercalar el trabajo con viajes por algunos países de más interesantes para mí y sobretodo donde tenía amigos, quienes pudieran hospedarme y hacer las veces de guía. Así fue como en el transcurso de aquel año conocí; Portugal, Alemania, Suiza y Francia.


La bella Italia. Sin duda fue una de las mejores experiencias que tuve en mi viaje a Europa, pues gracias a una beca que ofertó la Universidad de Génova para los descendientes de italianos, tuve la oportunidad de compartir el verano del 2007 (julio-setiembre), junto a 50 jóvenes de 20 países distintos, aprendiendo y conociendo no sólo la cultura y lengua italiana, sino también compartiendo las costumbres del Perú con mis compañeros, quienes de saber muy poco, pasaron a ser admiradores de nuestra riqueza milenaria.

Era octubre y esperaba con ansias la comunicación del Gobierno italiano, me fui a trabajar y al regreso me di con la inmensa sorpresa de ver el sobre, donde señalaba que había sido asimilado al “país de la bota”, y que debía acercarme al Consulado italiano más cercano para realizar trámites de DNI y pasaporte. Fue un día muy especial, del cual tomé fuerzas para seguir trabajando y planear mi vecino regreso, que tenía como tema principal continuar con las metas trazadas.

Hoy estoy de nuevo en un aula, con otros compañeros y distintas aspiraciones. Más confiado, sí, pues no me siento un extranjero y tengo a mi lado a una gran familia de toda la vida. Ahora mis nuevos compañeros también murmuran y me cuestionan, si apenas termine la universidad regresaré a España, ahora respondo que Europa puede esperar. Sólo espero sigamos con un gobierno al menos equilibrado, por mí gustoso por continuar en el Perú, mi país.